jueves, 14 de febrero de 2013

sábado, 9 de febrero de 2013

Toda plenitud en Cristo

Canal Youtube Arlequin89 

La gloria de Dios, la perdición del hombre y el Evangelio de Cristo (David Platt)

Fuente: http://www.youtube.com/watch?v=LGk3G6TPh9Y
Canal: lumbrera2

Una imagen destrozada (R. C. Sproul)


Fuente:   http://www.youtube.com/watch?v=vuqw3vnP3O0
Canal: Semper Reformanda

Aceptos en el Amado (Charles Spurgeon)


"Aceptos en el Amado"
--Efesios 1:6
¡Qué privilegio! Esto incluye nuestra justificación ante Dios, pero el término "aceptación" en el griego significa más que eso. Signfica que somos los objetos de lacomplacencia divina, más aún, incluso del deleite divino. ¡Cuán maravilloso que nosotros, gusanos, mortales, pecadores, seamos los objetos del amor divino! Pero esto sólo es "en el amado". Algunos cristianos parecen ser aceptos en su propia experiencia, al menos, esa es su expectativa. Cuando sus espíritus están animosos, y sus esperanzas resplandecen, ellos piensan que Dios los acepta, porque se sienten tan elevados, tan celestialmente dispuestos, tan por sobre la tierra. Pero cuando sus almas están sobre el polvo, ellos son víctimas del temor de que no son más aceptos. Si ellos pudieran ver que todas sus elevadas alegrías no los exaltan, y que todos sus peores desalientos realmente no los deprimen ante la vista de su Padre, sino que permanecen aceptos en Uno que nunca cambia, en Uno que es siempre el amado de Dios, siempre perfecto, siempre sin mancha o arruga, o cualquier cosa semejante, ¡cuánto más felices serían ellos, y cuánto más honrarían al Salvador! Regocíjate entonces, creyente, en esto: tú eres acepto "en el amado". Tú miras dentro de ti, y dices: "¡No hay nada aceptable aquí!" Pero mira a Cristo, y ve si no hay nada aceptable allí. Tus pecados te preocupan; pero Dios ha arrojado tus pecados a sus espaldas, y tú eres acepto en Aquel Justo. Debe luchar con la corrupción, y combatir la tentación, pero ya eres acepto en Él que ha vencido los poderes del mal. El maligno te tienta; ten ánimo, él no puede destruirte, porque eres acepto en el que ha quebrantado la cabeza de Satán. Conoce con plena certeza tu gloriosa posición. Incluso las almas glorificadas no son más aceptas que lo que tú eres. Ellos son solamente aceptadas en el cielo "en el amado", y tú eres incluso ahora acepto en Cristo en la misma manera.

Fuente:   http://alimento.tripod.com/lematves.htm

jueves, 7 de febrero de 2013

La diferencia entre la contemplación presente por la fe de la gloria de Cristo y lo que veremos en el cielo (John Owen, extracto de la gloria de Cristo. Parte 2)


Ahora, habiendo considerado el cambio realizado en nuestra mente, pensemos ahora en nuestros cuerpos glorificados. Cuando nuestro cuerpo sea resucitado del sepulcro, veremos a nuestro redentor. Esteban realmente vio "la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios" (Hech.7:55). ¿Quién no desearía haber tenido el privilegio de los discípulos, quienes vieron físicamente a Cristo cuando estaba en la tierra? Cristo les dijo que: "Muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron" (Mat.l3:17). Si esto fue un privilegio tan grande, ¡cuán glorioso será, cuando con nuestros ojos purificados y fortalecidos, veamos a Cristo en la plenitud de su gloria! No podemos imaginar cómo será, pero sabemos que Cristo oraba al Padre para que estuviéramos con El y viéramos la grandeza y la belleza de su gloria (vea Jn.l7:24).
Mientras estamos en este mundo "gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Rom.8:23). Como Pablo, clamamos "¡Miserable de mil ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom.7:24). Entre más cerca que uno está del cielo, más fervientemente desea estar ahí, porque Cristo está ahí. Nuestros pensamientos sobre Cristo son tan confusos e imperfectos que nos conducen a un anhelo profundo de conocerle mejor. Pero este es el mejor estado de ánimo en que podemos encontrarnos. Pido a Dios para que no me sea quitado este deseo y para que el Señor incremente es-tos anhelos cada vez más en todos los creyentes. El corazón de un creyente afectado por la gloria de Cristo es como una aguja atraída por un imán. Ya no puede estar en paz ni satisfecho lejos de Cristo, a pesar de que se acerque con movimientos débiles y temblorosos. Se empuja continuamente hacia Cristo y no puede encontrar descanso en este mundo. Pero allá en el cielo con Cristo continuamente delante de nosotros, podremos mirar sin cesar su gloria. Esta visión constante traerá un refrigerio eterno y gozo a nuestras almas. Aunque no podemos entender ahora como será esta visión final de Dios, sabemos que los puros de corazón verán a Dios (Mat.5:8). Aún en la eternidad, Cristo será el único medio de comunicación entre Dios y su Iglesia. Consideremos por un momento a los creyentes del Antiguo Testamento. Ellos vieron algo de la gloria de Cristo, pero sólo en la forma de símbolos velados. Ellos anhelaban el tiempo cuando el velo fuera quitado y los símbolos dieran lugar a la realidad. Miraban hacia el cumplimiento de las promesas divinas y la venida del Hijo de Dios al mundo. En muchos casos existía más del poder de la verdadera fe y amor en sus corazones de lo que podemos ver en la mayoría de los creyentes de hoy. Cuando Jesús vino, el anciano Simeón tomó al niño Jesús en sus brazos y dijo: "Ahora Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu Palabra; porque han visto mis ojos tu salvación" (Luc.2:28-29). Nosotros tenemos una revelación más clara de la naturaleza única del Señor y su obra que aquellos creyentes veterotestamentarios. Y la visión que tendremos de la gloría de Cristo en el cielo será mucho más clara y brillante que la revelación que tenemos ahora. Si aquellos creyentes oraban para que el velo y los símbolos fueran quitados, y deseaban muy fervientemente ver la gloria de Cristo, ¿Cuánto más fervientemente deberíamos orar nosotros para ver su gloria? Ya hemos pensado acerca de la gloria de Cristo como manifestada en tres grados. Primero, los creyentes del Antiguo Testamento la vieron a través de la ley y los símbolos. Segundo, en el evangelio tenemos una semejanza perfecta de esta gloria. Pero tenemos que esperar hasta que lleguemos a la gloria donde está Cristo para poder disfrutar de su realidad.
Examinémonos a nosotros mismos para ver si estamos apresurándonos continuamente hacia una visión perfecta de la gloria de Cristo en el cielo. Si no es así, es una evidencia de que nuestra fe no es real. Si Cristo está en nosotros, El es "la esperanza de gloria" (Col.l:27). Muchos estan demasiado enamorados del mundo como para desear salir de él y ir al lugar donde pueden ver la gloria de Cristo. Están interesados en sus posesiones, en sus negocios o en sus familias. Tales personas ven la belleza de este mundo en el espejo del amor propio y sus mentes son cambiadas en la misma imagen egoísta. Por otra parte, los creyentes verdaderos se deleitan al ver la gloria de Cristo en los evangelios y también son transformados en esa misma imagen. Nuestro Señor Jesucristo es el único que entiende per-fectamente la bienaventuranza eterna, la cual será disfrutada por aquellos que creen en El. Cristo ora para que "donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria" (Jn.l7:24). Si al presente podemos entender solamente un poco de lo que esta gloria significa, por lo menos debemos confiar en la sabiduría y el amor de Cristo de que esta gloria será infinitamente mejor que cualquier cosa que podamos disfrutar ahora. ¿No deberíamos desear continuamente ser incluidos en su oración?

lunes, 4 de febrero de 2013

La diferencia entre la contemplación presente por la fe de la gloria de Cristo y lo que veremos en el cielo. Parte 1 (John Owen, extracto de la Gloria de Cristo)


"Andamos por fe, no por vista." (2 Cor.5:7) En esta vida, caminamos por la fe; en la vida venidera andaremos por la vista. La visión que tenemos de la gloria de Cristo por la fe en este mundo es oscura y borrosa. Como el apóstol Pablo dice en primera de Corintios, "ahora vemos por espejo, oscuramente" (1 Cor.13.12). En un espejo no vemos a la persona misma sino sólo una imagen imperfecta de él. Nuestro conocimiento no es directo sino que es como un reflejo imperfecto de la realidad. El evangelio, sin el cual no podríamos descubrir nada acerca de Cristo, está todavía muy lejos de manifestar plenamente la grandeza de su gloria. El evangelio mismo no es obscuro, ni borroso. El evangelio es claro y directo, y manifiesta abiertamente a Cristo crucificado, exaltado y glorificado. El evangelio es obscuro para nosotros porque no lo entendemos perfectamente. La fe es el instrumento por el cual entendemos el evangelio pero nuestra fe es débil e imperfecta. No hay ninguna parte de su gloria que podamos entender plenamente. En nuestro presente estado terrenal hay algo como una pared entre nosotros y Cristo. Pero a veces le vemos a través de las "ventanas", "Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por las ventanas, atisbando por las celosías" (Cant.2:9). Estas "ventanas" son las oportunidades que tenemos de escuchar y recibir las promesas del evangelio a través de los medios de gracia y el ministerio de la Palabra. Tales oportunidades refrescan las almas de aquellos que creen. Pero esta visión de su belleza y gloria no es permanente. Entonces clamamos, "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Tí, oh Dios el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (Sal.42: l-2). ¿Cuándo volveré a verlo otra vez, aunque sea solamente a través de la "ventana"?
A veces como Job, no le podemos ver porque esconde su rostro detrás de una nube (vea Job 23:8-9). En otras ocasiones se manifiesta a sí mismo como el sol en toda su fuerza, y no podemos soportar su brillantez. Ahora vamos a comparar como veremos la misma gloria de Cristo cuando estemos en el cielo. Nuestra vista será segura, directa e inmediata. 1. Cristo mismo, en toda su gloria estará continua y realmente con nosotros. Ya no tendremos que contentarnos simplemente con una descripción de Él, como la que tenemos en los evangelios. Le veremos cara a cara (1 Cor.l3:12) y tal como El es (1 Jn.3:2). Le veremos con nuestros ojos físicos porque Job dice: "y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro..." (Job 19:25-27). Nuestros sentidos corporales serán restaurados y glorificados en una manera que no podemos comprender ahora a fin de que seamos capaces de contemplar a Cristo y su gloria para siempre. No veremos sólo su naturaleza humana pero también contemplaremos su divinidad en su infinita sabiduría, amor y poder. Esta gloria será mil veces mayor que cualquier cosa que podemos imaginar. Esta visión de Cristo es la que todos los santos de Dios anhelamos. Este es nuestro deseo "de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor; estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor" (Fil.l:23, 2 Cor.5:8). Aquellos que no tienen con frecuencia este anhelo son gente mundana y no espiritual.
2. Nadie en esta vida tiene el poder, ni espiritual ni corporalmente para ver la gloria de Cristo como realmente es. Cuando algunos reflejos de esta gloria divina fueron vistos en el monte de la transfiguración, los discípulos fueron confundidos y atemorizados. Si el Señor Jesús fuera a venir a nosotros ahora en toda su majestad y gloria, seríamos incapaces de recibir algún beneficio o consuelo de esta aparición. Aún el apóstol Juan, quien fue muy amado, cayó a sus pies como muerto, cuando Cristo se le apareció en su gloria (Apo.l:17). Pablo y todos aquellos que le acompañaban cayeron en tierra cuando la brillantez de su gloria resplandeció sobre ellos en el camino a Damasco (Hech.26:13-14). ¡Cuánto le insulta a Dios cuando la gente necia trata de hacer cuadros o imágenes del Señor Cristo Jesús en su gloria! La única manera en que podemos conocerle ahora es por medio de la fe. Aún cuando Cristo estaba en la tierra, su verdadera gloria estaba oculta por su humanidad. No podemos conocerle ahora tal como verdaderamente El es, lleno de gloria indescriptible. Por naturaleza debido a nuestra pecaminosidad, nuestras mentes estaban completamente llenas de maldad y obscuridad y éramos incapaces de ver las cosas espirituales correctamente. Ahora, los creyentes hemos sido restaurados en parte y hemos llegado a "ser luz en el Señor" (Ef.5:8). Pero nuestras mentes todavía están limitadas por nuestros cuerpos y por muchas debilidades e imperfecciones que permanecen en nosotros. Estos obstáculos serán quitados para siempre en el cielo (vea Ef.5:27). Después de la resurrec-ción, nuestras mentes y cuerpos serán librados de todo aquello que ahora nos impide disfrutar una plena visión de la gloria de Cristo. Entonces, un solo acto de mirar claramente a la gloria de Cristo con nuestro entendimiento glorificado nos dará más satisfacción y felicidad de lo que jamás pudiéramos tener aquí por medio de nuestras actividades religiosas. Tenemos un poder natural para entender y juzgar las cosas de esta presente vida terrenal. Pero esta capacidad natural no nos puede ayudar a ver y entender las cosas espirituales. Esto es lo que el apóstol Pablo nos enseña en 1 Cor.2:ll-14: "Porque, ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él ? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios... Porque el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.". Entonces, Dios nos da la capacidad sobrenatural de la fe y la gracia. Todavía tenemos nuestro entendimiento natural, pero es sólo por la capacidad espiritual que podemos ver las cosas espirituales. En el cielo, tendremos una capacidad nueva para ver la gloria de Cristo. 1. Como la regeneración no destruye pero incrementa nuestra capacidad natural; así la luz que disfrutaremos en la gloria no destruirá, ni anulará el poder de la fe y la gracia, sino que las perfeccionará absolutamente. 2. Por naturaleza no podemos comprender completamente la esencia de la gracia. Tampoco por medio de la gracia podemos comprender enteramente la naturaleza de la gloria. No entenderemos perfectamente la gloria hasta que seamos transformados y nos encontremos en el cielo.
3. La mejor idea que podemos tener ahora de la naturaleza de la gloria consiste de considerar que en el momento de nuestra transformación, seremos cambiados en la semejanza perfecta de Cristo. Hay una progresión de la naturaleza a la gloria. La gracia renueva nuestra naturaleza; la gloria perfecciona la gracia, y así el alma es completamente transformada y llevada a su descanso en Dios. Tenemos una ilustración de esto en la sanidad que Cristo realizó en un hombre ciego (vea Mar.8:22-25). Este hombre era completamente ciego. Entonces sus ojos fueron abiertos, pero no podía ver claramente. Veía a los hombres como árboles que caminaban. Pero luego, Cristo le tocó nuevamente y de inmediato pudo ver todo claramente. Así son nuestras mentes por naturaleza. La gracia nos da una visión parcial de las cosas espirituales, pero la luz de la gloria nos dará una visión perfecta y completo entendimiento. Esta es la diferencia entre la visión que tenemos ahora y la visión que tendremos en la gloria.

jueves, 31 de enero de 2013

Sustitutos de la razón para no acudir al llamado de Dios (Richard Baxter, extracto de Una invitación a vivir)


¿Cuál motivo posible puede dar para atrasar o rehusar responder al llamamiento de Dios? ¿Tiene usted alguna razón que satisfaga su propia consciencia, o que se atreverá a presentar cuando se encuentre ante Dios en el día del juicio?

SUSTITUTOS DE LA RAZÓN:

En vez de razones, todo lo que los hombres impíos tienen para defenderse son puras tonterías ignorantes. En seguida examinaremos algunas de los argumentos insensatos que los pecadores usan y los contestaremos.
1. “Si solo los hombres convertidos y piadosos son salvos, entonces el cielo estará vacío”. Es obvio que la persona que dice esto, piensa que Dios no sabe lo que dice o que no es digno de ser creído. La Biblia nos dice que multitudes estarán en el cielo, aunque Cristo lo dejó claro que: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan.” (Mat.7:14) En vez de discutir acerca de cuántos serán los salvos, el pecador debería obedecer el mandamiento de Cristo: “Entrad por la puerta estrecha.” (Mat.7:13)
2. “Si voy al infierno, tendré mucha compañía”. Pero, ¿Esto le ayudará o le consolará? ¿Piensa usted que Dios tendrá dificultades en ejecutar su justo juicio, debido a la gran cantidad de personas involucradas? y ¿Piensa usted que no tendría mucha compañía en el cielo?
3. “Pero todos los hombres son pecadores, aún los mejores”. De acuerdo, pero no todos son pecadores inconversos. Los creyentes verdaderos no viven en pecado, sino que constantemente anhelan y se esfuerzan y oran para mortificar sus pecados.
4. “Hay muchos que profesan ser creyentes cuyas vidas no son mejores que las de los incrédulos”. Por supuesto hay hipócritas en la iglesia, pero los creyentes verdaderos no lo son. Hay millones de creyentes piadosos a quienes sería impiedad acusar de hipocresía. Lo que es más, los hombres impíos frecuentemente acusan a los creyentes de pecados ocultos porque saben que estos creyentes no son culpables de los pecados públicos que ellos cometen.
5. “No soy culpable de pecados graves, entonces ¿Porqué dice usted que necesito ser convertido?” Pero usted nació con una naturaleza pecaminosa, y usted está viviendo para agradar esa naturaleza pecaminosa igual como cualquier otro. ¿No es un grave pecado amar al mundo más que a Dios, o tener un corazón orgulloso e incrédulo? Muchas personas que evitan pecados abiertamente vergonzosos, son tan apegados al mundo, tan alejados de Dios, tan esclavizados por el pecado, y tan aversos al cielo, como aquellos cuyas vidas son abiertamente ofensivas.
6. “Pero nunca he hecho daño a nadie, ni quiero dañar a nadie; entonces ¿Porqué ha de condenarme Dios?” ¿No es “ningún daño” no hacer caso de su Creador y el propósito por el cual usted fue creado? ¿No es “ningún daño” descuidar la gracia que El le ofrece cada día? Si usted no se da cuenta de esto, es un indicativo de la profundidad de su pecaminosidad. ¡Los muertos no sienten y están muertos! Si usted estuviera vivo espiritualmente, vería cuán pecaminoso es y estaría asombrado de haber sido capaz de tratar este asunto tan ligeramente.
7. “Toda esta palabrería acerca de las cosas eternas es suficiente para volver loca a una persona; es suficiente para trastornar a aquellos que piensen demasiado en ello.” Pero nadie puede ser más loco y más trastornado que aquellos que descuidan su bienestar eterno. Nadie es verdaderamente sano en su mente hasta que es convertido. La Biblia dice que: “Lo insensato de Dios es más sabio que los hombres” (1Cor.1:25) y que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Sal.111:10). En una parábola muy conocida el hijo pródigo decidió volver a su padre, cuando “volvió en sí” (Luc.15:17). Es ridículo argumentar que los hombres desobedecen a Dios y corren hacia el infierno, porque temen volverse locos y desequilibrados. ¿Que les volvería locos o desequilibrados? Amar a Dios, invocarle, dar la espalda al pecado, amar al pueblo de Dios, deleitarse en el servicio de Dios, anhelar el cielo, ¿Son éstas cosas las
que le trastornarían a usted? y ¿Porqué animaría Dios a los hombres a que piensen seriamente en estas cosas, si les volverían locos? Si el cielo es demasiado alto para que usted piense y se prepare para él, entonces, será demasiado alto para que usted entre y disfrute de él. Si alguien es trastornado por pensar en
las cosas eternas, es debido a que las mal entiende. Es mejor estar en tal estado que engañarse pensando que es sabio ignorarlas.
8. “¿Realmente le preocupa a Dios lo que los hombres dicen, piensan o hacen?” La Biblia enseña que estas cosa son importantes a Dios, y el sentido común le debería enseñar lo mismo. ¿Podría un hombre sensato construir algo sin ninguna razón? ¿Compraría un reloj sin preocuparse de que indicara bien el tiempo? Entonces, ¿Dios le habría creado, preservado y suplido todas sus necesidades cotidianas, sin preocuparse de cómo viviera usted? Si usted no cree en un Dios que le sostiene y suple sus necesidades, entonces, ciertamente no puede creer en un Dios que le puede ayudar en sus necesidades o problemas. Si Dios no se preocupara por usted, usted ya no estaría aquí; Dios habría permitido que cualquiera de los cientos de enfermedades que existen, hubiera terminado con su vida. Es obvio que Dios hizo al hombre para traer gloria a su nombre; ¿Cómo puede ser posible imaginar que a Dios no le importe si este propósito es cumplido o no? ¿No tuvo Dios ningún propósito en crear al mundo? ¿Porqué nos sostiene a todos la tierra? ¿Creó Dios todo esto colocando al hombre en un sitio de honor, y ahora no le importará como piensa, habla o vive? ¡Nada podría ser más irrazonable!
9. “El mundo será un mejor lugar cuando los hombres piensen que la religión no es un asunto tan importante”. Por supuesto, aquellos que no quieren ninguna religión, piensan que el mundo sería mejor sin ella. El diablo piensa lo mismo. La verdad es que la sociedad solo es mejor cuando Dios es amado, obedecido y servido. ¿En cuál otra manera podríamos concluir que el mundo sería mejor?
10. “Hay tantas religiones diferentes en el mundo, que no tengo ninguna idea de cual sea la verdadera, entonces permaneceré tal como estoy”. Pero si una religión es la correcta, entonces no tener ninguna es un error. Aún mas, usted puede estar seguro de que el camino en que usted anda está equivocado. Ninguno está más equivocado que los pecadores mundanos, carnales e inconversos. Ellos no sólo se equivocan con respecto a uno o dos puntos doctrinales, sino que se equivocan en la dirección entera de sus vidas. Si usted
estuviera haciendo un viaje, en el cual su vida estuviera en juego, y llegará a una encrucijada, se detendría o ¿Se volvería atrás por no saber cuál camino tomar? Sin lugar a dudas usted haría todo lo posible para asegurarse de tomar el camino correcto. Porque algunos se pierden en el camino, ¿Esto le daría un pretexto para no buscar el correcto?
11. “Conozco algunos creyentes que son pobres y que tienen más problemas que otros que no son creyentes”. Esto pudiera ser cierto, es un hecho que algunos creyentes son más pobres y tiene más problemas que los incrédulos, porque Dios considera que esto es lo mejor para ellos. Pero los creyentes no
consideran la prosperidad terrenal, ni su confort como un derecho o una recompensa en este mundo. Más bien sus tesoros y sus esperanzas están en el cielo, y están contentos en esperar por toda la gloria que Dios les ha preparado en el cielo.
12. “Estoy satisfecho con ser tan bueno como pueda y esperar que al final Dios se compadezca de mí”. ¿Cómo puede decir, “hago lo mejor que puedo”?, cuando rehusa volverse a Dios y su corazón está en contra de su nombre santo y de su santo servicio. Usted no está siendo tan bueno como puede , sino tan
bueno como quiere, entonces ¿Qué resultado puede esperar de esto? Si usted espera ser salvo sin ser convertido y vivir una vida santa, su esperanza no es en Dios sino en satanás o en usted mismo. Dios nunca le ha prometido tal cosa.

Los pecadores y los salvos (Richard Baxter, extracto de Una invitación a vivir)



Ahora debería entender lo que significa ser “impío” y lo que significa ser “convertido”, pero quizás le sería de ayuda si doy una explicación más amplia. Una persona impía puede ser conocida en tres maneras:
Primero, su corazón está puesto en la tierra y no en el cielo; ama a la criatura más que a Dios; se preocupa más por la prosperidad terrenal que por la felicidad eterna; ama las cosas naturales pero no tiene apetito para las cosas espirituales. Puede ser que esté de acuerdo con que el cielo es mejor que la tierra, pero esto no le interesa mucho; prefiere más bien vivir aquí que allá. Una vida de perfecta santidad en la presencia de Dios, amándole y alabándole para siempre en el cielo, no le apetece tanto como la salud física, su condición y posesiones terrenales. El impío pudiera aún decir que ama a Dios, pero no tiene ninguna experiencia espiritual del amor de Dios. Su mente permanece fija en los placeres mundanos y carnales. Puesto en forma sencilla, cualquiera que ama la tierra más que el cielo, sus posesiones más que Dios, es un inconverso; es un
“impío”.
Por otra parte, cualquiera que es convertido, entiende algo de la hermosura de Dios y es tan convencido de la gloria a la cual Dios le ha llamado, que su corazón se ocupa más de esto, que de cualquier cosa de este mundo. La persona que es verdaderamente convertida prefiere vivir eternamente en la presencia de Dios, que poseer todos los placeres y toda la riqueza de este mundo. Puede ver la vanidad de las cosas terrenales y se da cuenta que solamente Dios puede satisfacer su alma. Por sobre todas las cosas, está decidido a no aferrarse a las cosas terrenales; porque sus esperanzas y tesoros verdaderos se encuentran en el cielo. Tal como la llama de fuego va hacia arriba, y la aguja magnética señala siempre al norte, así el alma convertida se inclina hacia Dios. Ninguna otra cosa le puede satisfacer, y tampoco puede encontrar paz en ninguna otra cosa, salvo en el amor de Dios. En una palabra, aquellos que son convertidos aman a Dios más que al mundo, el gozo celestial más que la prosperidad terrenal. El salmista lo expresó en la siguiente forma: “¿A quien tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmo 73:25-26)
Jesús dijo, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan y hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón”. (Mat.6:19-21). Hablando de sí mismo y de los demás creyentes, el apóstol Pablo dijo, “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil.3:20). Y en otro texto dijo a los creyentes, “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col.3:2) y que “los que son de la carne piensan las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu en las cosas del Espíritu” (Rom.8:5).
Segundo, el hombre impío es uno cuya preocupación principal en esta vida es la de agradarse a sí mismo. Podría ser que tuviera cierta religiosidad, que no cometiera grandes pecados, pero no obstante, es un hecho que no hace del deseo de agradar a Dios, la preocupación principal de su vida. Le da a Dios lo que le sobra en esta vida, todo el tiempo y el esfuerzo que así le conviene. No está preparado para sacrificar todo, sin escatimar nada para Dios y para el cielo.
Por otra parte, el hombre convertido es alguien que hace del agradar a Dios su asunto principal en esta vida. Todas sus bendiciones en esta vida las ve como ayudas en su camino hacia otra vida, la vida celestial. Somete la totalidad de su vida a Dios. Vive una vida santa y anhela ser más santo. Aborrece cualquier pecado que llega a cometer, y ora y se esfuerza para terminar con él. Toda la dirección e inclinación de su vida es hacia Dios. Cuando peca, es en contra de la dirección general de su vida, por lo cual lo lamenta y se arrepiente. No permite voluntariamente que ningún pecado le domine. No hay ninguna cosa en este mundo que quiera tanto, que no la rendiría o la abandonaría, para Dios y por la esperanza de compartir la gloria eterna. La Biblia tiene mucho que decir con respecto a esta línea de pensamiento, Jesús dijo: “mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mat.6:33). El apóstol Pablo dijo que: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Rom.8:13-14), y que, “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gál.5:24). Todo esto es subrayado por la maravillosa promesa de Dios de que: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria” (Col.3:4).
Tercero, el hombre impío nunca realmente entiende o disfruta lo que la Biblia dice acerca de la redención; ni acepta con agradecimiento la oferta Divina de un Salvador, ni es impresionado por el amor de Cristo; ni está dispuesto a someterse a la autoridad de Cristo a fin de ser salvado de la culpa y el poder de sus pecados y ser hecho justo ante Dios. Al contrario, su corazón está insensible a estas cosas; y el prefiere que sea así. Pudiera estar dispuesto a ser religioso en forma externa, pero se niega a someterse al cetro de Cristo, a la autoridad de la Palabra de Dios y a la guía del Espíritu Santo. 
Por otra parte, el hombre convertido sabiendo que su pecado le ha arruinado, que ha destruido su paz con Dios y que ha terminado con su esperanza del cielo; gozosamente recibe el evangelio, y pone su confianza en el Señor Jesucristo como su único salvador. Para el hombre convertido, Cristo es la vida de su alma. Vive por medio de El, y ve hacia El en todas sus necesidades y se regocija en la sabiduría y el amor divino que proveyó tal salvador. El apóstol Pablo lo expresó en la siguiente manera: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál.2:20). Escribiendo a otro grupo de creyentes Pablo dijo: “Ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil.3:8).
Ahora usted puede ver que la Palabra de Dios enseña claramente quienes son los impíos y quienes son los convertidos. Algunas personas piensan que si un hombre no es un borracho, un fornicario, un extorsionador, o algo parecido, y que si asiste a alguna iglesia, y ora, entonces es un hombre “convertido”.
Otros piensan que si alguien que antes era un borracho o un mafioso, o que tenía algún otro vicio y ahora lo ha dejado, que es un hombre “convertido”.
Otros mas piensan que una persona que era anti-religiosa en sus actitudes y cambiando llega a ser religioso, entonces seguramente que fue “convertido”.
Aún algunos son tan necios como para pensar que son “convertidos” porque se han interesado en una nueva religión. 
Y algunos piensan que: Una conciencia culpable, el miedo del infierno, una determinación de portarse bien, o una vida exteriormente aceptable y religiosa es igual a la conversión verdadera. 
No obstante, todas estas personas están equivocadas, y en enorme peligro, porque cuando escuchan que el impío tiene que volverse o morir, piensan que la advertencia no es aplicable a ellos, o sea porque no se consideren “impíos” o porque se consideren como ya “convertidos”. Esto es porqué Jesús dijo a algunos
de los líderes religiosos que confiaban en su propia justicia que: “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (Mat.21:31). El no quería decir que los publicanos (quienes fueron muy notables por su deshonestidad) y las prostitutas serían salvos sin ser convertidos, sino que era más fácil lograr que los abiertamente pecadores reconocieran sus pecados y su necesidad de conversión, que aquellos cuyos pecados fueran más “respetables” y quienes se engañaban a sí mismos pensando que eran convertidos cuando no era así.

La visión de la gloria de Cristo (John Owen, extracto del libro "La gloria de Cristo")

El sumo sacerdote bajo el Antiguo Testamento, habiendo hecho los sacrificios requeridos en el día de la propiciación, entró al lugar santísimo con sus manos llenas de incienso de un dulce olor, el cual puso en el fuego delante del Señor. Así, el gran sumo sacerdote de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo, habiéndose ofrecido por nuestros pecados, entró en el cielo con el dulce aroma de sus oraciones a favor de su pueblo. Su deseo eterno por la salvación de su pueblo es manifiesto en el versículo citado al principio: "Padre... quiero... que vean mi gloria" (Jn.l7:24). José pidió a sus hermanos que contaran a su padre acerca de su gloria en Egipto: "Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto..." (Gen.45:13). Esto lo hizo José, no para vanagloriarse, sino para dar a su padre el gozo de saber acerca de su elevada posición en Egipto. Así Cristo deseaba que los discípulos vieran su gloria, para que estuvieran satisfechos y disfrutaran de la plenitud de esta bendición para siempre. Habiendo conocido su amor, el corazón del creyente siempre estará inquieto hasta que vea la gloria de Cristo. El punto culminante de todas las peticiones que Cristo hace a favor de sus discípulos (en este capítulo 17) es que vean su gloria. Entonces yo afirmo que uno de los beneficios más grandes para el creyente, en este mundo y en el venidero, es la consideración de la gloria de Cristo.
Desde el comienzo del cristianismo, nunca ha habido tanta oposición directa hacia la naturaleza (divina y humana) y la gloria de Cristo como la que existe actualmente. Es el deber de todos aquellos que aman al Señor Jesús dar testimonio (según su capacidad) de su naturaleza única y de su gloria. Por lo tanto, quisiera fortalecer la fe de los creyentes verdaderos demostrando que el ver la gloria de Cristo es una de las experiencias y uno de los más grandes privilegios posibles en este mundo y en el venidero. Ahora en esta vida al contemplar la gloria de Cristo, somos transformados en su semejanza (vea 2 Cor.3:18). En la vida venidera, seremos semejantes a Él porque le veremos tal como Él es (vea 1 Jn.3:2). Este conocimiento de Cristo es en forma continua, la vida y la recompensa para nuestras almas. Aquel que ha visto a Cristo, ha visto al Padre; la luz del conocimiento de la gloria de Dios es vista solamente en la faz de Jesucristo (vea Jn.l4:9 y 2 Cor.4:6). 
Hay dos maneras para ver la gloria de Cristo: Ahora en este mundo por medio de la fe, y en el cielo por la vista para toda la eternidad. Es de la segunda manera a la que Cristo se refiere en su oración (la oración registrada en Juan 17). Cristo pide que sus discípulos estén con Él (en el cielo) y que vean su gloria. Pero una visión de su gloria en este mundo por medio de la fe también está implícita, y expongo las siguientes razones por las cuales enfatizo esto: 
1. En la vida venidera, ningún hombre verá la gloria de Cristo, a menos que la haya visto por la fe en esta vida. Es necesario que seamos preparados para la gloria por medio de la gracia, y que por medio de la fe seamos preparados para ver a Cristo con nuestra vista. Algunas personas que no tienen la fe verdadera se imaginan que verán la gloria de Cristo en el cielo, pero se están engañando a sí mismas. Los apóstoles vieron esta gloria, "gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn.l:14). Esta no fue una gloria mundana como la que poseen los reyes o el papa. Aunque Cristo creó todas las cosas, Cristo no tuvo donde reclinar su cabeza. No había ninguna gloria inusual o hermosura en su apariencia como hombre. Su rostro y su apariencia fueron desfiguradas más que la de los hijos de los hombres (Isa.52:14 y 53:2). Tampoco se podía ver en este mundo la plena manifestación de la gloria de su naturaleza divina. Entonces ¿Cómo pudieron ver los apóstoles su gloria? La vieron por medio del entendimiento espiritual de la fe. Al verlo como lleno de gracia y de verdad, y al ver lo que hizo y lo que habló, "le recibieron y creyeron en su nombre" (Jn.l:12). Aquellos que no poseían esta fe no vieron ninguna gloria en Cristo.
2. La gloria de Cristo está mucho más allá del alcance de nuestro presente entendimiento humano. No podemos mirar directamente al sol sin quedar ciegos y no podemos con nuestros ojos naturales tener ninguna visión verdadera de Cristo en el cielo; esa gloria sólo puede ser conocida por medio de la fe. Aquellos que hablan o escriben acerca de la inmortalidad del alma pero que no tienen ningún conocimiento de la vida de fe, en realidad no saben de lo que están hablando. Hay aquellos también que usan imágenes, crucifijos, ídolos y música, en un vano intento por adorar algo que ellos se imaginan que es como la gloria de Dios. Esto es debido a que no tienen ningún entendimiento espiritual de la verdadera gloria de Cristo. Solamente el entendimiento que nos viene por medio de la fe, nos dará una idea verdadera de la gloria de Cristo y creará en nosotros el deseo por disfrutarla plenamente en el cielo. 
3. Por lo tanto, si quisiéramos tener una fe más activa y un amor más grande por Cristo (lo cual daría descanso y satisfacción a nuestras almas), deberíamos buscar el tener un deseo más grande por ver la gloria de Cristo en esta vida. Esto resultará en que las cosas de este mundo se vuelvan cada vez menos atractivas, hasta que lleguen a ser cosas muertas e indeseables. No deberíamos esperar tener una experiencia distinta en el cielo de lo que hemos estado buscado en este mundo; es decir, no podemos esperar ver la gloria de Cristo en el cielo si no ha sido nuestro afán en la tierra. Si estuviésemos más persuadidos de esto, pensaríamos más en las cosas celestiales de lo que normalmente lo hacemos.


La naturaleza del verdadero arrepentimiento (Thomas Watson)


Les mostraré lo que es el arrepentimiento evangélico. El arrepentimiento es una gracia del Espíritu de Dios donde un pecador es humillado por dentro y es cambiado notablemente. Para una mayor ampliación, sepan que el arrepentimiento es una medicina hecha de ingredientes especiales. Si falta uno de esos ingredientes, el arrepentimiento pierde su virtud.

Ingrediente 1: RECONOCIMIENTO DEL PECADO

La primera parte de la obra sanadora de Cristo es aplicar el ojo salvador. Es la gran cosa que se puede notar en el arrepentimiento del hijo prodigo: “volvió en sí”. Lucas 15:17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Él se vio a sí mismo como un pecador y nada más que un pecador. Antes de que un hombre pueda ir a Cristo debe primero ir a sí mismo. Primero debe reconocer y considerar lo que es su pecado, y conocer la plaga que es el pecado en su corazón, antes de que pueda ser debidamente humillado por su pecado. La primera cosa que Dios hizo fue la luz. La primera cosa que Dios da a los pecadores es la iluminación. El ojo fue hecho para ver y para llorar. El pecado primero debe ser visto antes de que podamos llorar por el. Por lo tanto, yo infiero que si alguien no puede ver su pecado, no puede arrepentirse. Muchos que buscan faltas en otros, no ven ninguna en ellos mismos. Ellos dicen que ellos tienen corazones buenos. ¿No es extraño que dos vivan juntos, sin que se conozcan el uno al otro? Ese es el caso del pecado. Su cuerpo y su alma viven juntas, y sin embargo es inconsciente de sí mismo. Él no conoce su propio corazón. Debajo de un velo, está oculto un rostro deformado. Las personas están veladas con ignorancia y amor propio. Por lo tanto, ellos no ven cuan deformada están sus almas.


Ingrediente 2: PENA POR EL PECADO

Ambrosio llama pena a la amargura del alma. La palabra Hebrea “estar apenado” significa, “tener el alma como si esta estuviera crucificada”. Esto debe ocurrir en el verdadero arrepentimiento: Isaías 12:10 “mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán” Llorarán como si sintieran los clavos de la cruz entrando en sus propios cuerpos. Una mujer puede esperar tener un niño sin dolor, como alguno puede tener arrepentimiento sin culpa. El que pueda creer sin dudas, debe sospechar de si su fe es verdadera; y el que se pueda arrepentirse sin pena, debe sospechar de si su arrepentimiento es verdadero. La verdadera pena por el pecado no es superficial: es una agonía santa. Es llamada en Las Escrituras “un espíritu quebrantado”. (Salmos 51:17); y “un rasgado del corazón” (Joel 2:13). Salmos 51:17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Joel 2:13 Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.


Ingrediente 3: CONFESION DEL PECADO

Este pesar es una pasión vehemente que tendrá que ventilarse, liberarse, salirse, soltarse. Esta tristeza se ventila a sí misma en los ojos al llorar y en la boca al confesar: Nehemías 9:2 “Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres. Oseas 5:15 Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán.

La confesión es una acusación a uno mismo. 2 Samuel 24:17 Y David dijo a Jehová, cuando vio al ángel que destruía al pueblo: Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre. Esto no es común entre los hombres. Los hombres nunca quieren acusarse ellos mismos, pero cuando venimos ante Dios, nos debemos acusar nosotros mismos. De hecho, el pecador humilde hace más que acusarse a sí mismo; él se sienta en el juicio, y emite sentencia contra él mismo. Él confiesa que merece estar bajo la ira de Dios.



Ingrediente 4: VERGÜENZA POR EL PECADO

El cuarto ingrediente del arrepentimiento es la vergüenza: Ezequiel 43:10 Tú, hijo de hombre, muestra a la casa de Israel esta casa, y avergüéncense de sus pecados; y midan el diseño de ella. El sonrojarse es el color de la virtud. Cuando el corazón se ha vuelto negro por el pecado, la gracia enrojece el rostro con el sonrojamiento: “Esdras 9:6 dice: y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. El hijo prodigo estuvo tan avergonzado de sus pecados que pensó que no era digno de que su Padre lo tratara como a su hijo. Lucas 15:21 dice: Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. El arrepentimiento causa una vergüenza santa.



Ingrediente 5: ABORRECIMIENTO DEL PECADO

El quinto ingrediente del arrepentimiento genuino es el aborrecimiento del pecado. Hay un aborrecimiento, un odio hacia las abominaciones: Ezequiel 36:31 Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones. Una persona que se arrepiéntete de verdad es un aborrecedor del pecado. Si el hombre odia lo que hace que su estómago enferme, mucho más odiará lo que hace que se conciencia se enferme. Aborrecer el pecado es más que dejarlo. Uno puede dejar el pecado por temor, pero la repugnancia y aborrecimiento del pecador es un odio hacia éste. Cristo nunca es amado hasta que el pecado es odiado. El cielo nunca es anhelado hasta que el pecado es aborrecido. El arrepentimiento genuino comienza en el amor de Dios y termina en el aborrecimiento del pecado.


Ingrediente 6: VOLVERSE DEL PECADO

El sexto ingrediente del arrepentimiento es volverse del pecado. El verdadero arrepentimiento, como un ácido cítrico, destruye la cadena de hierro del pecado. Ezequiel 14:6 “Por tanto, di a la casa de Israel: Así dice Jehová el Señor: Convertíos, y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestro rostro de todas vuestras abominaciones.” Ese volverse del pecado es llamado un “dejar el pecado”. Isaías 55:7 dice: Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Es llamado un “echar de uno la iniquidad”. Job 11:14 dice: Si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti, Y no consintieres que more en tu casa la injusticia. La muerte del pecado es la vida del arrepentimiento. El mismo día que un cristiano se vuelve del pecado, debe comenzar poner al pecado en un ayuno perpetuo. El ojo debe ayunar de miradas impuras. El oído debe ayunar de escuchar chismes. La lengua debe ayunar de ofensas. Las manos debes ayunar de dar soborno. Los pies deben ayunar del camino de ir a la prostituta. Y el alma debe ayunar de amar la perversidad. Este volverse del pecado implica un cambio notable. Hay un cambio radical en el corazón. En el arrepentimiento, Cristo convierte el corazón de piedra en un corazón de carne.

Hay un cambio radical en la vida. Volverse del pecado es algo tan visible que otros pueden darse cuenta. Es llamado un cambio de la oscuridad a la luz. Efesios 5:8 dice: Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. Un barco está yendo al este; y viene un viento y lo cambia al oeste. Igualmente, un hombre está yendo al infierno antes de que el viento contrario del Espíritu Santo sople, cambie su dirección y cause que navegue al cielo. El arrepentimiento produce un cambio visible en una persona, que hace que parezca como si otra alma hubiese tomado lugar en el mismo cuerpo.

El progreso del peregrino de John Bunyan (animada)


Documental: Sublime Gracia (Teología Reformada)


¿Cómo la gracia salva? (Claude Duval Cole)


¿Cómo la gracia salva? ¿Cuál es el “modus operandi” de la gracia? ¿Qué es lo que la gracia hace en la salvación?
1. La gracia nos salva de la culpa y el castigo del pecado colocándolos en Cristo. La gracia salva a través de castigar a Cristo en lugar del pecador. Cristo quitó la culpa de nuestros pecados a través del sacrificio de sí mismo (Heb. 9:26). Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (1Pe. 2:24). El murió como el Justo por los injustos, para así traerlos a Dios, esto es, a Su favor. (1Pe. 3:18).
La justicia dice que mis pecados deben ser castigados, y que han sido castigados en mi Fiador, el Señor Jesucristo, el Fiador de un mejor pacto (Heb. 9:22). Fue en su gracia incomparable que el Señor Jesucristo liquidó la deuda de nuestros pecados, y sólo Él tendrá toda la alabanza.
“Nuestros pecados, nuestra culpa, en divino amor
confesados y llevados por tí;
La amargura, la maldición, la ira fueron tuyas,
para librar a los tuyos”.
“Gracia”, clamaba C.H. Spurgeon , “es todo por nada; Cristo gratuitamente, el perdón gratuito, el cielo gratuito”.
2. La gracia nos salva del amor del pecado y de un entendimiento entenebrecido. Esta puede ser llamada salvación interna, y es la obra del Espíritu Santo en nosotros. En esta obra, el Espíritu Santo abre los ojos ciegos del alma para que vean la verdad del evangelio. Pablo dijo que su evangelio estaba oculto para los que se pierden, debido a que sus mentes estaban cegadas (2Cor. 4:4). La muerte de Cristo no aprovecha al hombre que vive y muere sin fe en El. Y todos los hombres viviríamos así, si el Espíritu Santo no nos hubiera dado, por su obra, la luz y la vida espiritual. Las verdades espirituales le parecen locura al hombre natural, aunque la persona sea un profesor universitario, y nadie, solo el Espíritu Santo puede hacer a un hombre espiritual.
Por naturaleza y por adiestramiento, Saulo de Tarso era un perseguidor de la iglesia, un fariseo orgulloso de su propia justicia, pero la gracia forjó en él, el don del arrepentimiento y la fe. Fue la gracia quien le hizo enfermarse de sí mismo y enamorarse de Cristo. El había estado dependiendo para su salvación de sus ancestros hebreos, del rito de la circuncisión, de su
ortodoxia como fariseo, de su celo como un patriota perseguidor y de su propia justicia según la ley; pero cuando la gracia le reveló a Cristo en toda su dignidad, entonces el tuvo todas estas cosas como estiércol, regocijándose tan solo en la justicia que es por la fe en Cristo (vea Fil. 3:1-9).
La conversión es la obra del Espíritu Santo, y su obra en nosotros significa tanta gracia, como lo fue la obra de Cristo por nosotros en la cruz. Cristo forjó para nosotros en la cruz la liquidación de la deuda de nuestros pecados; el Espíritu Santo forjó en nosotros la convicción de pecado, y la fe en la sangre de Cristo como el solo y único remedio contra el pecado. “Gracia”, citando nuevamente a C. H. Spurgeon, “es la estrella matutina y vespertina de nuestra experiencia. La gracia nos puso en el camino, nos ayuda en el camino, y nos lleva durante todo el camino”.

El reino de la gracia (Claude Duval Cole)


“ Para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 5:21). Pablo personifica el PECADO y la GRACIA y habla de ellos como dos figuras reales; como dos reyes en sus tronos. Luego pasa a mostrar lo que cada uno de estos reyes concede a sus súbditos. El pecado tiene muerte en su sucia mano, mientras que la gracia tiene vida eterna en su limpia y encantadora mano.
1. La gracia es más poderosa que el pecado. Aquí está la única esperanza del pecador, quien aunque ha sido impulsado por el Espíritu de gracia, no lo sabe. Ningún hombre puede rescatarse a sí mismo de la tiranía del pecado. El pecado es demasiado fuerte para cualquier hombre. Los hombres están bajo el control y el dominio del diablo “Y se zafen del lazo del diablo, en que están cautivos á voluntad de él” (2 Timoteo 2:26). Los hombres pueden reformarse, pero no pueden regenerarse a sí mismos. Ellos pueden renunciar a sus crímenes y a sus vicios, pero no pueden renunciar a sus pecados. “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien, estando habituados á hacer mal” (Jeremías 13:23).
2. La gracia reina legalmente (la gracia reina cumpliendo la ley). El reino de la gracia es un reino de justicia. La gracia no es contra la ley. La gracia no busca destruir la justicia; eso sería dividir a Dios contra sí mismo. La gracia honra la ley a través de dar a nuestro Señor Jesucristo, quien satisfizo la ley viniendo como nuestro fiador, y cargó la culpa de nuestros pecados en Su propio cuerpo en la cruz. Dios trató con su Hijo según la justicia, para poder trata con los pecadores según su gracia.
3. La gracia reina por Jesucristo nuestro Señor. Cristo no es la fuente sino el mediador de la gracia. La gracia tiene su fuente en el corazón de Dios y opera de acuerdo con su voluntad soberana. La palabra “reina” sugiere un rey o una reina en un trono. Y un trono nos habla de poder y de muchos recursos. El poder del reino de la gracia es el poder de Dios. Esto hace apropiado que hablemos de su gracia como una gracia irresistible. ¡Ciertamente que podemos hablar de un Dios irresistible!
Todos los recursos de la gracia se encuentran en Dios. La sangre del Hijo de Dios es el principal capital de la gracia. Cuando Su sangre pierda su valor, entonces la gracia vendría a estar en bancarrota y el creyente se perderá. ¡Pero, tal cosa nunca ocurrirá!
“ Tú cordero agonizante, tu preciosa sangre
nunca perderá su poder,
hasta que toda la iglesia redimida de Dios
sea salvada completamente del pecado”.
4. La gracia reina en cada fase y etapa de la salvación. “Fue la gracia la que me trajo a salvo de lejos, y es la gracia la que me conducirá al hogar celestial”. Salvación es un término comprensivo que incluye dentro de su ámbito todos los aspectos y etapas de la liberación del pecado. Cada aspecto y cada etapa de la salvación es por la gracia de Dios, y de este modo excluye el mérito humano en todos y cada uno de sus puntos. La salvación de principio a fin es de pura gracia.
a. La gracia reina en la presciencia. La primera cosa que Dios hizo por su pueblo fue conocerles. Es decir, en su presciencia el puso Sus afectos en ellos. (Nota del traductor: A esto se refiere el apóstol Pablo en el pasaje de Rom. 8:28 cuando dice “a los que antes conoció”; parafraseando podemos decir: “a los que antes amó”.) Su presciencia implica que Dios los conoció de antemano con la intención de bendecirles. Significa que los amó con un amor eterno, y este amor fue un amor de pura gracia y en ninguna manera algo merecido.
b. La gracia reina en la elección. La elección es de gracia. “Así también, aun en este tiempo han quedado un remanente por la elección de gracia” (Romanos 11:5). La elección no fue basada en los méritos previstos en los pecadores, sino en la gracia y el amor de Dios. En el capítulo dos de la Segunda Carta a los Tesalonicenses, Pablo habla de aquellos que perecen debido a que no recibieron el amor a la verdad para ser salvos; y luego exclama con referencia a los creyentes: “Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salud, por la santificación del Espíritu y fe de la verdad” (2 Tesalonicenses 2:13). Tenemos dos cosas en este texto: Primero, porqué los hombres son salvados; y segundo, cómo los hombres son salvados. Dice que ellos son salvados debido a que Dios los escogió para salvación. Y ellos son salvados a través de la santificación hecha por el Espíritu, y a través de creer la verdad; la verdad del evangelio. Esto es lo que les hizo diferentes de aquellos que perecen “por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10). Es decir, de no haber sido por la elección de Dios y la santificación del Espíritu, los tesalonicenses también habrían rechazado la verdad. Por lo tanto, debemos dar gracias a Dios por su salvación. Ahora, ¿Porqué Dios los
escogió? ¿Acaso Dios los escogió en base a una fe prevista o en alguna otra cosa buena en ellos o fue por Su propia gracia? Romanos 11:5-6 nos da la respuesta: “Así también, aun en este tiempo han quedado un remanente por la elección de gracia. Y si por gracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por las obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.
“No que yo te escogiera a Tí,
porque, Señor, esto no podría ser;
Este corazón aún te rechazaría,
sino que Tú me has escogido a mí”.
c. La gracia reina en la predestinación. Predestinar es determinar un destino de antemano. Nunca se dice que la predestinación sea para condenación, sino para la salvación. Dios no causa que nadie sea condenado; es el pecado lo que condena a los hombres. Pero Dios es la causa de la salvación. (Nota del Traductor: Por supuesto que la Biblia enseña acerca de la reprobación, esto no es algo que Dios desconozca o escape a su control. Vea 1Pe. 2:8; Prov. 16:4; Jn. 10:26; Luc. 2:34; Mat.
11:25-26; 15:14; Rom. 9:22; 2Pe. 2:8-12; Judas 4. Pero en esta sección, el autor se refiere a que Dios no tiene necesidad, ni causa activamente (como lo hace en la salvación de los pecadores) la condenación de nadie. Juan 3:19 dice: “Y esta es la condenación: porque la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz; porque sus obras eran malas”). La presciencia nos dice que fuimos predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios (Rom. 8:29). ¿Porqué fueron algunos predestinados para tal gloria? ¿Acaso fue por alguna bondad o fe prevista en ellos? Efesios 1:5-6 nos dice la respuesta: “Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo á sí mismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.
d. La gracia reina en nuestro llamamiento. “Y á los que predestinó, á éstos también llamó...” (Romanos 8:30). La palabra “llamó” o “llamados” cuando es aplicada a los creyentes, nunca se refiere en el Nuevo Testamento a aquellos que son los recipientes de una mera invitación externa del evangelio. Siempre significa un llamamiento interno y eficaz; un llamamiento que trae a Cristo y que desemboca en salvación. Y de acuerdo a 2Tim. 1:9 este llamamiento es en conformidad a la gracia de Dios; “Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo” (2 Timoteo 1:9, RVA). Y en Gál. 1:15 Pablo vuelve a decir que Dios le llamó por Su gracia: “Mas cuando plugó á Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia”.
“La misericordia soberana me llamó,
ésta despertó y enseñó mi mente;
el mundo me tenía encantado,
pero la gloria del cielo lo cegó”.
e. La gracia reina en la justificación. La justificación puede ser definida como el acto judicial de Dios en el cual, El declara al creyente que ya no está bajo condenación, sino que está en un estado de justicia delante de El (Nota del traductor: Lo declara justo por los méritos de Cristo). Justificación y condenación son antónimos. La persona justificada es libre de la culpa del pecado. ¿Es esta bendición un asunto de méritos o de la gracia? Romanos 3:24 dice: “Siendo justificados gratuitamente (esto quiere decir, sin ninguna causa en nosotros) por su gracia por la redención que es en Cristo Jesús”.
f. La gracia reina en la conversión. En la conversión un cambio es forjado en el pecador. Hay un cambio de las tinieblas a la luz; de la muerte a la vida; y del poder de Satanás a la soberanía de Dios. Hay un cambio de opinión en el pecador, de tal modo que ahora cree lo que antes rechazaba; un cambio de afectos de tal manera que ahora ama lo que alguna vez odió. ¿Cómo explicamos un cambio tal? ¿Acaso el pecador se convirtió por sí mismo? ¿Pueden acaso las tinieblas crear la luz? ¿Puede la muerte engendrar la vida? ¿Puede la inmundicia producir la pureza? Cuando esto suceda, y solo hasta que esto suceda, el pecador podrá convertirse por sí mismo. Ahora, si Dios convierte al pecador, ¿Es esto un asunto de obligación o de gracia? Pablo da a la gracia el crédito de nuestra conversión. Después de hablar de sí mismo como un perseguidor de los santos, el dice en 1Cor. 15:10 “por la gracia de Dios soy o que soy”.
“¡ A tú gracia, cuán grande deudor
diariamente soy constreñido a ser!”
g. La gracia reina en la glorificación. “Y á los que justificó, á éstos también glorificó” (Romanos 8:30). La glorificación es la liberación completa de todos los aspectos y vestigios del pecado. Es la culminación de la obra de redención mediante la cual llegaremos a ser personas glorificadas y en la presencia gloriosa de Dios. Esto abarca tanto el cuerpo como nuestra alma. Nuestra salvación no está completa mientras que los restos de nuestros cuerpos, en la tumba o en vida, continúen mortales. Deje que el tiempo escriba arrugas sobre su frente; deje que las tristezas mojen de lágrimas sus mejillas; deje que las enfermedades tuerzan y torturen su cuerpo en una masa deforme; deje que la muerte lo convierta auténticamente en un montón de polvo; no
obstante, aún la gracia triunfará por nosotros y lo transformará en un cuerpo glorioso como el de nuestro Señor Jesucristo. “Por eso, con la mente preparada para actuar y siendo sobrios, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que se os traerá en la revelación (segunda venida) de Jesucristo” (1 Pedro 1:13, Rev. 1977). “Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes á él, porque le veremos como él es” (1 Juan 3:2).

Cómo entender mejor la gracia y la gracia en la Trinidad (Claude Duval Cole)


Quizás la mejor manera para comprender el significado de la gracia es ver como es contrastada en la Biblia con otras cosas:
1. La gracia es contrastada con la ley en su origen y su naturaleza. “La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Juan 1:17, RVA). Moisés fue la voz de la ley; Cristo fue el portador de la gracia. Es la naturaleza de la ley hacer demandas; pero es la naturaleza de la gracia otorgar bendiciones. La ley es un ministerio de condenación; la gracia es un ministerio de perdón. La ley coloca al hombre como culpable y alejado de Dios; la gracia trae al pecador cerca de Dios. La ley condena al mejor hombre; la gracia salva al más indigno y peor de los hombres. La ley dice “haz esto y vivirás” (vea Rom. 10:5); la gracia dice “cree y vive” (vea Jn. 5:24). La ley demanda una justicia perfecta; pero la gracia provee una justicia perfecta. La ley maldice; la gracia redime de la maldición. Mientras un hombre está bajo la ley está perdido; así también el único camino para escapar de debajo de la ley es a través de la fe en Cristo, “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia á todo aquel que cree” (Romanos 10:4). “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
2. La gracia es contrastada con el pecado en sus resultados, en lo que produce. El pecado reina para muerte; la gracia reina para vida eterna (vea Rom. 5:21). El pecado toma su poder condenatorio de la ley (1Cor. 15:56); la gracia quita al pecado su poder condenatorio dando a Cristo para satisfacer las demandas de la ley (1Cor. 15:57). La única y sola fuente real de peligro proviene de la transgresión de la ley; el único y solo camino para escapar es a través de satisfacer o cumplir la ley. Cristo satisfizo la ley por su pueblo, para que la ley pudiera estar contenta con ellos.
3. En el plan de la salvación la gracia es contrastada con las obras. “Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). La salvación es por la gracia del Creador y no por las obras de la criatura. La idea de la salvación por gracia excluye la idea de cualquier obra pequeña o grande, moral o ceremonial. La salvación por gracia excluye toda jactancia y da solamente a Dios toda la alabanza.
“La gracia ideó primero el camino
para salvar al hombre rebelde;
y todos los pasos que la gracia despliega
contribuyen a la manifestación de este maravilloso plan”.
4. Al considerar la causa móvil de salvación, la gracia es contrastada con una deuda u obligación. “Empero al que obra, no se le cuenta el salario por merced, sino por deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-5). El pensamiento aquí es este: Al hombre que cobra un salario por su trabajo no se le está mostrando ninguna gracia; sino que se le está pagando una deuda u obligación. No hay gracia cuando un hombre toma lo que merece o lo que ha devengado. La gracia excluye este principio de deuda u obligación. Salvación por gracia significa que Dios no está obligado a salvar a nadie. Si Dios estuviera obligado a salvar a alguien, entonces la causa móvil de salvación ya nos sería la gracia. Fue la gracia de Dios, y no ninguna deuda u obligación bajo de la cual El estuviera, lo que causó que El proveyera la salvación para los pecadores. Bien decía Toplady: “El camino al cielo descansa no sobre un puente de peaje (cuota), sino sobre un puente libre (gratuito); así también la inmerecida gracia de Dios en Cristo Jesús. La gracia nos encuentra mendigos pero nos deja como deudores”.

LA GRACIA EN LA TRINIDAD
Las tres personas de la Divinidad están igualmente inclinadas y llenas de gracia hacia los pecadores. La gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son igual en grado y extensión, pero distintas en su operación y administración.
1. El Padre es la fuente de toda gracia. El propuso la realización y el plan de la gracia. El formuló el pacto de gracia e ideó los medios “por los cuales los pobres pecadores no fueran excluidos de El”. El hizo la elección por gracia de los que serían objetos de Su gracia, y venido el cumplimiento del tiempo envió a Su Hijo al mundo para ser el mediador de Su gracia.
2. El eternal Hijo es el canal de la gracia. El único camino por el cual la gracia puede enriquecer al pecador es a través del Señor Jesucristo. ¡Que no piensen los menospreciadores del Hijo de Dios que recibirán algún beneficio de la gracia de Dios! La obra del Hijo reconcilió la gracia y la justicia, como está escrito: “La misericordia y la verdad se encontraron: La justicia y la paz se besaron” (Salmos 85:10).
3. El Espíritu Santo es el administrador de la gracia. Sin la operación de la gracia del Espíritu Santo en la conversión, ningún pecador llegaría jamás a ser un beneficiario de la gracia. El Espíritu toma de las cosas de Cristo para otorgarlas al pecador. El vivifica todas las almas que el Padre escogió, y conduce a Cristo Jesús a todas las ovejas por las cuales el buen pastor puso su vida (vea Jn. 10:11). El conquista el endurecido corazón, y limpia la detestable lepra espiritual. El abre los ojos cegados y los oídos ensordecidos por el pecado. El bendito Espíritu Santo revela la gracia del Padre y aplica la gracia del Hijo.

Definiciones de gracia (Claude Duval Cole)


La palabra griega “charis” ocurre en el Nuevo Testamento más de 150 veces y aparece en nuestras biblias traducida generalmente como “gracia”. No es fácil tomar una palabra que aparece muchas veces y con mucha diversidad de aplicaciones, y desarrollar una doctrina que sea uniforme y consistente. Además, no se puede comprimir toda la verdad acerca de la gracia en una simple frase. La gracia es una de las perfecciones divinas o atributos en la naturaleza de Dios, la cual es ejercida en la salvación de los pecadores. Distinguidos creyentes han tratado el asunto de la gracia y se han esforzado para definirla y describirla.
Consideremos cuidadosamente algunas de sus opiniones. Dr. Dale: “Gracia es amor, un amor que va más allá de los clamores del amor”. La gracia no es algo que se le deba a los pecadores, no es algo que ellos merezcan; no es algo que ellos puedan reclamar. Alexander Whyte: “Gracia y amor son esencialmente lo mismo, solo que la gracia es amor manifestándose por sí mismo y operando bajo ciertas condiciones, y adaptándose a sí mismo a ciertas circunstancias. Por ejemplo, el amor no tiene límite o ley tal como la gracia lo tiene. El amor puede existir entre iguales o puede surgir hacia aquellos que están sobre nosotros, o puede fluir hacia aquellos que de alguna manera están por debajo de nosotros. Pero la gracia, por su propia naturaleza, tiene solo una dirección para tomar. La gracia siempre fluye hacia abajo. La gracia es en realidad amor, pero es un amor humillándose hacia criaturas indignas de ser amadas. El amor de un rey hacia sus iguales o hacia su propia casa real, es amor; pero su amor hacia sus súbditos es llamado gracia. Y es de esta manera que siempre el amor de Dios hacia los pecadores es llamado gracia”. Esta cita merece leerse nuevamente. Alexander Maclaren: “La palabra gracia es un tipo de taquigrafía para designar la suma de todas las inmerecidas bendiciones que vienen a los hombres a través de Jesucristo. Primariamente, esta palabra describe lo que nosotros, para usar una mejor expresión, llamamos una “disposición” en la naturaleza divina; y ésta significa la continua inclinación, incondicional, inmerecida, espontánea y eterna del amor perdonador de Dios. Pero no hay ninguna disposición ociosa o inactiva en Dios. Esta disposición siempre está energizada, y así la palabra se desliza de significar una disposición, a significar las manifestaciones y continua actividad de esta disposición. Entonces, la gracia de nuestro Señor es precisamente este amor en acción. Y luego, puesto que la energía divina nunca es infructuosa, la palabra va más allá, significando todas las bendiciones en el alma las cuales son consecuencias de la verdad prometida por la amorosa mano de Dios; el resultado en la vida del otorgamiento interior, el cual tiene su causa, su sola causa, en el incesante y exhaustivo amor de Dios, libre e inmerecido”. Esta cita debe ser estudiada
para obtener el mayor provecho de ella.
Phillips: “La gracia es algo en Dios que es el corazón de todas sus actividades redentoras, la continua y extensa disposición de Dios para inclinarse desde las alturas de Su majestad, para abrazar y tocar nuestra miseria e insignificancia”.
Analizando estas definiciones y descripciones de la gracia de Dios, encontramos que la palabra es aplicada en las Escrituras a tres cosas. Primero, la actitud o disposición del amor y favor de Dios hacia los pecadores es llamada gracia. Se dice que Noé halló gracia ante los ojos del Señor (Gén. 6:8). La actitud de Dios hacia él fue una disposición de amor y favor, y puesto que Noé era un pecador, esta disposición de amor fue en realidad gracia. Segundo, cuando Dios hace algo por los pecadores, esto es gracia. “Porque por gracia habéis sido salvados” (Efesios 2:8, Rev. 77). (Nota del traductor: El lector puede profundizar en este renglón estudiando los pasajes que hablan de la gracia común y de la gracia especial de Dios. En términos generales podemos decir que la gracia común es aquella que se refiere a todos los hombres en general (vea Mat. 5:45). La gracia especial es aquella gracia salvadora concedida al pueblo elegido de Dios, vea Hech. 13:48; 2Tes. 3:2). Tercero, Los efectos o frutos que la gracia forja en el creyente también son llamados gracia. Los dones o virtudes en los creyentes son producidos por la gracia de Dios que obra en ellos. Así, la disposición de los macedonios para dar “liberalmente” también es llamada gracia (vea 2Cor. 8:1). El dinero dado para los creyentes pobres de Jerusalén también es llamado gracia (vea 2Cor. 8:19). Las vidas cambiadas de las personas de Antioquía vistas por Bernabé también son llamadas la gracia de Dios (vea Hech. 11:23).
“¡Gracia! Este es un sonido encantador;
Armonioso al oído;
Que el cielo con su eco resonará,
y toda la tierra lo escuchara”.

La gracia de Dios. Parte 1 (Claude Duval Cole)



Debemos darle muchas gracias a Dios por cada persona que llega a ser creyente . La salvación es de gracia tanto en su planeación como en su ejecución. Dios, quien diseñó el plan, también lo ejecuta. Y todo es de pura gracia, el inmerecido e inmerecible favor de Dios. El es tanto el arquitecto como el constructor de la casa hecha con piedras vivas. Cristo dijo: “Yo edificaré mi iglesia” (Mat.16:18). Si pudiéramos cambiar esta figura diríamos que, Dios pone la mesa del evangelio y también da el apetito por el pan de vida. El Espíritu llena la casa del Padre a través de forzar a los invitados a entrar (vea Luc.14:23). No se trata de un forzamiento externo, lo cual destruiría la libre agencia del hombre, sino de un impulso interior mediante el cual el pecador viene voluntariamente a Dios. Vea Sal.110:3 y Jn. 6:44, 64-65. (Nota del traductor: La Biblia nos enseña que todo hombre es responsable ante Dios y que realiza cada uno de sus actos de sí mismo y no forzado externamente; y precisamente en eso consiste su libre agencia, en actuar por sus propios motivos y deseos. Vea en Gén. 50:20 el caso de los hermanos de José al venderlo, o en Luc. 22:22 el caso de Judas entregando a Cristo; en ambos casos los transgresores actuaron de sí mismos, nadie tuvo que forzarles o empujarles a hacer el mal que ellos mismos quisieron hacer. Así que, podemos decir que el hombre tiene libertad y actúa en conformidad con su naturaleza interior. Las Escrituras nos indican que el hombre posee una personalidad [naturaleza] caída e inclinada al mal, ya que su mente está entenebrecida, su corazón es de piedra y su voluntad está esclavizada al pecado; vea Ef. 4:18; Ez. 36:26; Rom. 6:17-18 y Jn. 8:34. Por lo tanto, su libertad es una libertad hacia el mal y su deseo es enemistad contra Dios. No obstante la incapacidad del hombre natural, la ley de Dios le sigue considerando una criatura responsable, y prueba de ello es que le juzgará con el castigo eterno si no se arrepiente. En tales condiciones, solo un milagro de la gracia soberana puede sacar al hombre de la potestad de las tinieblas a la sumisión a Cristo). Entonces, esta voluntariedad del pecador para venir a Cristo, es la obra del Espíritu Santo en el pecador provocándole una profunda convicción de pecado y dándole una revelación de Cristo como Señor y Salvador. En una palabra, los hombres creen a través de la gracia. Cuando Apolos vino a Acaya, trajo cartas de recomendación para presentarlas a los discípulos de allí, éstas mencionaban que cuando Apolos llegó allá “fue de gran provecho a los que mediante la gracia habían creído” (Hechos 18:27, RVA).
Una vez un hombre estaba jactándose de sí, como uno que se había hecho hombre por sí mismo, como un hombre autónomo. Otro que le escuchó en su alarde dijo: “Es muy noble de su parte decir eso. Muchos hombres habrían culpado a su suerte o sus mujeres, o aún echarían la responsabilidad en los hombros del Creador”. Parece fácil y natural para un hombre adorar a su Hacedor; por lo tanto, el hombre que considera haberse hecho por sí mismo, el hombre autónomo, se adora naturalmente a sí mismo. En contraste, cada creyente es una obra de la gracia. Pablo, como creyente, se deleitaba en decir: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor. 15:10). En la experiencia de la gracia, el Espíritu Santo a través del poder convincente de la Palabra, da al pecador una visión de sí mismo. Luego alivia la angustia resultante dándole, a través del evangelio, una visión de Cristo como Señor y Salvador. Un antiguo puritano decía al respecto: ¡Oh! ¿Dónde estaría yo si no hubiera sido encontrado por Cristo?


Os es necesario nacer de nuevo (Thomas Boston. 1676-1732)


Para su convicción, considere algunas cosas.
     La regeneración es absolutamente necesaria para hacerle capaz de hacer lo que es realmente bueno y aceptable a Dios. Mientras no haya nacido de nuevo, sus mejores obras son sólo pecados brillantes. Aunque el asunto de ellas es bueno, están muy manchadas en su actuación.
     Considere que sin la regeneración no existe la fe, y “sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). La fe es un acto vital del alma nacida de nuevo. Cuando el evangelista muestra que las personas reaccionaron a nuestro Señor Jesus en diferentes maneras, algunas recibiéndole y otras rechazándole, señala a la gracia regeneradora como la causa verdadera de esa diferencia. Sin esa gracia, nunca hubieran podido recibirle a Él. Nos dice, que “todos los que le recibieron,” eran aquellos que “son engendrados de Dios” (Juan 1:12-13). Los hombres no regenerados pueden suponer, pero no pueden tener fe verdadera. La fe es una flor que no crece en el campo de la naturaleza. Así como el árbol no puede crecer sin raíz, tampoco puede un hombre creer sin la naturaleza nueva, de la cual el poder creer es una parte. Sin la regeneración las obras de un hombre son obras muertas. Conforme a su naturaleza, así tienen que ser los efectos. Si los pulmones son podridos, el aliento será desagradable. Y para aquél que en su mejor culminación está muerto en pecados, sus obras mejores serán sólo obras muertas. “Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro… siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:15-16). Si podríamos decir de un hombre, que él es más inculpable en su vida que cualquier otro en el mundo, que él aflige su cuerpo con ayunos y se ha hecho callos en sus rodillas orando continuamente, si él no es nacido de nuevo, esa excepción manchará todo. Es como uno podría decir: “Allí está un cuerpo bien formado, pero el alma se fue; es sólo una masa muerta.” Todo esto es una consideración conmovedora. Usted hace muchas cosas materialmente buenas; pero Dios dice: “Todas estas cosas no valen nada, mientras veo la naturaleza vieja reinando en el hombre.” “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gál. 6:15).
     Si usted no ha nacido de nuevo, toda su reformación no tiene valor ante los ojos de Dios. Usted ha cerrado la puerta, pero el ladrón todavía está dentro de la casa. Quizás usted no es lo que una vez fue. No obstante, su condición no es suficiente para poder ver el cielo, porque “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
     Si usted no ha nacido de nuevo, sus oraciones son una “abominación a Jehová” (Prov. 15.8). Puede ser que otros admiren su seriedad, porque clama como para salvar su vida. Pero Dios considera el abrir de su boca así como sería considerado la apertura de un sepulcro lleno de pudredumbre: “Sepulcro abierto es su garganta” (Rom. 3:13). Otros pudieran ser influenciados con sus oraciones, las cuales les parecen como si lograran abrir los cielos. Pero Dios las considera como el aullido de un perro: “Y no clamaron a mí con su corazón cuando gritaban sobre sus camas” (Oseas 7:14, nota del traductor: ‘gritaban’ en esta cita bíblica también puede ser traducido ‘aullaban’). ¿Por qué? Porque usted todavía se encuentra “en hiel de amargura y en prisión de maldad” (Hch. 8:23). Todos sus esfuerzos contra el pecado en su propio corazón y vida no valen nada. Aunque el fariseo orgulloso afligía su cuerpo con ayunos, a su alma Dios impuso sentencia de condenación (Lucas 18). Balaam batallaba con su temperamento codicioso a tal grado que aunque amaba el premio de la maldad, no lo ganaría por maldecir a Israel. Con todo, sufrió la muerte de los impíos (Num. 31:8). De igual modo, todo lo que usted haga en el estado no regenerado, lo hace para usted mismo. Y entonces, le irá a usted como iría a un súbdito, que después de haber controlado a los rebeldes, pone la corona sobre su propia cabeza, y por consiguiente pierde tanto la recompensa de todo su servicio bueno como su cabeza también.
     Convénzase, entonces, que le es necesario nacer de nuevo. Las Escrituras dicen que la Palabra es la semilla de la cual la criatura nueva es formada. Preste atención a ella, pues, y considérela, ya que es su vida. Dedique tiempo a la lectura de las Escrituras. Si usted no puede leer, consiga que otros le lean a usted. Asista diligentemente a la predicación de la Palabra, que es divinamente ordenado como el medio especial de la conversión, porque “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21).
     Acepte el testimonio de la Palabra de Dios acerca de la miseria del estado no regenerado, su condición pecaminosa, y la necesidad absoluta de la regeneración. Acepte su testimonio acerca de Dios, cuan santo y justo Él es. Examine sus caminos a través de ella; a saber, los pensamientos de su corazón, las expresiones de sus labios, y el curso de su vida. Reflexione a través de los varios períodos de su vida. Vea sus pecados desde los preceptos de la Palabra, y de sus advertencias, aprenda de las cuentas que dará por razón de estos pecados.
     Con la ayuda de la misma Palabra de Dios, vea la corrupción de su naturaleza. Si estas cosas fueran arraigadas profundamente en el corazón, podrían ser la semilla de aquel temor y pena por el estado de su alma que son necesarios para prepararlo y motivarlo buscar al Salvador. Fije sus pensamientos en Él quien le es ofrecido en el Evangelio. Es totalmente adecuado para su caso. Por su obediencia hasta la muerte, ha satisfecho todas las demandas de la justicia de Dios, y ha traído la justicia que permanece para siempre. Esto quizá será la semilla de humillación, deseo, esperanza y fe que le moverá a estirar su mano seca hacia Él, como resultado del mandato suyo.
     Permita que estas cosas penetren profundamente en su corazón, y esfuércese con diligencia para recibir beneficio de ellas. Recuerde, no importa lo que sea, le es necesario nacer de nuevo. De otro modo, mejor le fuera no haber nacido. Por lo tanto, si usted viviera y muriera en un estado no regenerado, está sin pretexto, habiendo sido advertido de su peligro.